Siempre estoy abierta a las posibilidades y espero obtener lo mejor de cada experiencia.
Llevo casi 7 años abrazando mi identidad cómo mujer bi, pero lo supe desde pequeña.
Creo que desde los cinco años. Tenía una amiga y un amiguito que me gustaban muuuucho y cuando los veía jugar juntos no sentía celos, disfrutaba mucho de la compañía de ambos.
Pero el entorno evangélico en el que crecí, era impensable hablar de estas cosas. El discurso que se repetía era castidad, hombre y mujer, matrimonio; el resto era pecado. Era blanco o negro, no había términos medios.
Por eso me enuncio con orgullo: bi y poliamorosa,
porque mi amor es abundante, fluye y refresca.
No necesita quedarse en ningún bando.
Ni cumplir con las expectativas de nadie.
A mí, que me prohibieron todo,
me aislaron, manipularon y abusaron.
Fui más fuerte.
Hablar de mi sexualidad con alegría y libertad me devuelve ese poder que intentaron arrebatarme.
Abrazo el término bi, incluso aunque me recuerde al nefasto binarismo impuesto en la sociedad.
Existen otros términos, pero me nombro bi porque me agrada la idea de subvertir ese modelo. Además, porque ser bi pone en conflicto a la gente que me quiere encasillar:
¡Oh no, tú no eres! ¡Monstruo! ¡La indecisa! ¡Novelera! ¡Uy, la promiscua!
Pues sí, soy todo eso que te asusta y deseas.
En medio de la culpa, el miedo y el odio:
Yo florezco salvaje.
No tengo miedo.
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