Cielo/Tierra Día/Noche Sol/Luna Blanco/Negro Ying/Yang Vida/Muerte Luz/Sombra
Estoy consciente de la dualidad pero creo que siempre se tiene un lado favorito, por ejemplo, si dividiera mi cuerpo en izquierda-derecha y tendría que elegir una mitad, elegiría sin pensarlo la derecha.
Mi mitad derecha es la más asimétrica, la imperfecta, la de la teta más grande, la de los dientes chuecos, la de perfil para las fotos, la del ojo con más miopía, a la que le confío mi peso, la que no encaja, la que más me gusta y con la que me siento cómoda. Cabe decir también que el lado derecho se relaciona con lo racional (y vaya que a veces soy odiosamente racional), confiándole todo a mi cerebro. El lado derecho también me recuerda el orden, lo establecido, el socialcristiano; quién diría que después de todo resulté ser una mujer derechita, tal como mi madre y mi padre lo hubieran deseado. A lo mejor sólo asocio la palabra derecho con recto, con lo normativo… ¿desde cuándo? Paradójicamente mi fijación con el lado derecho es torcida, porque en vez de encontrar mi centro me apoyo en una mitad de mi cuerpo.
También está mi lado izquierdo, el lado b de mi ser al que no le confío mucho, el casi armonioso, el olvidado y abandonado, el que no me gusta, el que no se manejar, el del dolor, el del silencio, el de la vergüenza, el de las heridas. En ese hemisferio deposito todo lo que quiero ignorar, lo que no puedo traducir; desafortunadamente o tal vez convenientemente también es el lado de mi corazón y simboliza mis emociones.
Me parto.
Lado derecho e izquierdo se sientan en distintas sillas, yo estoy en medio y los observo.
Lo siento lado izquierdo, jamás fue mi intención relegarte a un baúl olvidado, a un álbum de fotos sin dueño, a una tumba sin flores. Te amo pero jamás he podido entenderte, por eso te distraigo o en su defecto te ignoro lo mejor que puedo para que dejes de preguntarme cosas que no quiero responder. Ahora tienes la oportunidad de decirme lo que quieras.
Mi lado izquierdo sigue en absoluto silencio, lo miro y me mira. Sé que está a punto de decir algo pero se rinde, abandona sus ideas y se suspende en su mutismo de siempre. Lo miro con ternura porque sé que no es su culpa no poder hablar, no poder encontrar alguna forma de expresarse. Jamás le enseñé eso.
Perdóname. Le digo. – Perdóname también lado derecho por poner toda la carga sobre ti.
Al terminar de decir esto nos desintegramos (mis lados y yo) en milésimas de segundo, somos partículas flotando en el aire, bailando en medio de una explosión. Somos libres. Alegría in crescendo. Nos mezclamos hasta no poder diferenciarnos, formamos una gran masa, una gran Pangea que despacito va tomando forma humana. Unidad.
Desde ahora no podré dividirme jamás.
Publicado en la revista Hysteria!
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